05 octubre 2010

Página del mes_VENUSPLUTON!COM

Por Víctor Lenore y Jordi Oliveras
“En este artículo te vamos a contar por qué nos ha dado por interesarnos, defender y tratar de entender la dimensión artesanal de la actividad artística. Empezamos planteando nuestras inquietudes, aunque en las siguientes entregas bajaremos a la tierra tratando de responder preguntas con ayuda de músicos, oyentes, otros artistas y especialistas diversos. Vamos a buscar tu complicidad e interés para una pequeña aventura que pretendemos que nos ocupe a lo largo de tres artículos.”



Queremos saber

Las ideologías tienen muy mala prensa, pero no hay quien nos las quite de encima. Detrás de todo lo que hacemos yacen sistemas de conceptos que dominan nuestro trabajo, nuestros procesos mentales y nuestras relaciones sociales. Esas categorías, que nos empapan sin que nos demos cuenta, suelen ser las del pensamiento dominante. Aunque creamos vivir en la más absoluta espontaneidad, nos cuelan dogmas invisibles, incluso en la esfera presuntamente libre del consumo y la creación cultural (parece que todavía queda algún ingenuo que piensa que éste sea un territorio autónomo del resto de la realidad).

Muchos tenemos la sensación de que el análisis musical anda lastrado por visiones maniqueas. Abundan frases lapidarias como “lo único importante es ser original” (tan frecuente en los circuitos supuestamente avanzados). Este credo muchas veces desemboca en un frenesí de innovaciones superficiales, muy cercanas al tiovivo de la moda. Nos dicen que vale la pena seguir un artista cuando “suena nuevo” y que hay que abandonarlo cuando “se repite”. La prensa cultural contribuye al espejismo poniendo y quitando alegremente la etiqueta de “genio”. Por otro lado, en las antípodas de esta dinámica, están los partidarios del “todo está inventado”, frase salvadora para artistas indolentes que se conforman con imitar al ídolo de su elección. Nosotros nos preguntamos (sabiendo que no somos los únicos) si todo se reduce a escoger entre estos dos eslóganes o si podemos hacer sitio a los matices.

Con todo esto no pretendemos negar que haya gente capaz de realizar aportaciones decisivas, personas parecidas a eso que llamamos “genio”. La palabra es tan rotunda que parece que no necesite más explicación. Nuestra propuesta consiste en seguir dando vueltas al asunto: ¿Dónde y cómo nace una “creación genial”? ¿El mérito radica en inventar algo nuevo o en cristalizar mejor que nadie los conflictos sociales y emocionales de una época? ¿Hasta qué punto influye el entorno? A estas alturas de la película, ya deberíamos tener claro que en la creación musical factores como la tecnología, las drogas o el clima socio-económico pueden resultar tan decisivos (o más) que la cantidad de materia gris del cerebro de un artista. Como dijo el músico y etnomusicólogo Jaume Ayats "de creador només n’hi ha un, i ho hauríem de veure" (creador no hay más que uno y aún estamos por verlo).

La cuestión es que nos tememos que hay algo que se desdibuja entre lo que imaginamos que hay detrás de aquello que percibimos como creativo y lo que ha sido el proceso real del artista. Y nos apetece tratar de entenderlo.

¿Que hay detrás de una pieza musical que nos conmueve? ¿Cómo ha llegado el artista hasta allí?¿Y qué es lo que suponemos los que la escuchamos?

Quizás podemos diferenciar algunas tendencias. Por un lado, hay un modo extendido de verlo que es el relacionado con el virtuosismo. Para mucha gente, posiblemente la menos cercana a la sensibilidad ”artística”, la creación artística es una cuestión de habilidades. Se supone que el trabajo del artista consiste principalmente en un alto grado de entrenamiento. Entrenamiento para mover los dedos con rapidez y precisión sobre el mástil de una guitarra. Entrenamiento para tocar conjuntado con otros componentes del grupo. Entrenamiento para memorizar una letra,… En este sentido, no habría mucha diferencia entre este y otros trabajos. En cierto modo, este es el imaginario que proyecta la academia de OT.

En el otro lado, están aquellos a los que se suele identificar con una mayor sensibilidad artística. Atienden a supuestos mas personales, introspectivos, psicologistas: se supone que aquello que da capacidad de impacto a una obra es la experiencia vital del artista, su capacidad para observar el mundo y su especial sensibilidad.

De hecho, quizás a todos tiende a parecernos que este segundo es el paradigma dominante. Incluso aquellos que admiran lo que hemos considerado técnico dicen con frecuencia que el arte es esto otro.

No obstante, probablemente aquello que acaba afectándonos es una curiosa aleación de las dos cosas. Las percepciones del artista, algo que probablemente no se podría mostrar de otro modo antes de que surja la “obra”, se combinan con “la materia” (las notas, el dominio de los instrumentos, su calidad material, su sonoridad, el cuerpo…) hasta encontrar esta combinación que provocará nuestras reacciones.

Tenemos ganas de profundizar en este proceso, de conocerlo un poco en tanto que oyentes, porque seguro que de algún modo es mas prosaico de lo que tendemos a creer. Y a la vez mágico y personal de un modo distinto a lo que tendemos a imaginar. Un poco, la misma transformación que se produce cuando comprendemos la letra de una canción que oímos en eslovaco.

Las preguntas que nos hacemos son generales y ambiciosas (aunque tenemos la certeza de que ya se han respondido en ámbitos más especializados). Como método de trabajo hemos escogido una estrategia sobre el terreno. Se trata de prestar atención a lo material en vez de a lo mental e imaginario, igual que en otro momento nos podemos fijar en lo social además de lo personal. Nos referimos a esos pequeños-grandes saltos en la tradición de la creación musical. En vez de los primeros planos de músicos que llenan las páginas de las revistas, queremos mirar por el gran angular de los cambios en la manera de producir, consumir y pensar la música.

Este debate se extiende más allá del campo artístico. Los nuevos discursos del mundo profesional prescriben la originalidad y el cambio permanente como valores absolutos. Un buen profesional siempre innova, se recicla, cambia de trabajo, es un culo inquieto. ¿No se nos está pidiendo ser “originales como los artistas”? Muchos ya hemos empezado a verle las orejas al lobo a tanto desafío personal, espíritu de superación y realización personal. Al final, el proceso tiene mucho de angustiante, de callejón sin salida y de auto-explotación. ¿Cambiar por qué? ¿Para qué? ¿Hacia dónde?

Hay algo paradójico (incluso excéntrico) en formular estas preguntas respecto al pop. Hace menos de un siglo, antes de que la industria fagocitara la música popular, este debate no hubiera tenido sentido. Las canciones eran de todos, especialmente de quién decidía cantarlas o bailarlas para pasar un buen rato. La capacidad de hipnosis de los nacientes medios de comunicación de masas otorgó el papel de demiurgos a las primeras estrellas musicales, pero en la memoria de los que escuchaban, y probablemente en la conciencia de quienes cantaban, había una sensación clara de que lo que hacían no tenía nada que ver con lo que pomposamente denominamos cultura (mucho menos la variante egomaníaca que nos legó el Romanticismo). Basta leer biografías de “genios” como Bob Dylan o los Beatles para confirmar la sospecha. Ellos son más generosos en reconocer sus deudas y pertenencia a la tradición popular de lo que piensan la mayoría de sus alumnos y seguidores. Desde entonces, algunos de los músicos más brillantes de cada época se han rebelado contra el vicio de tomar demasiado en serio su propia genialidad, pongamos por caso la explosión punk o la escena rave, entre otros muchos ejemplos.

Originalmente en Nativa
Vía VENUSPLUTON

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