Conquista de lo inutil - Carlos Vásquez
Werner Herzog, Conquista de lo inútil, Blackie Books, 2010.
Desde 1982 toda el agua que ha pasado bajo el puente ha permitido a Werner Herzog atreverse a leer nuevamente los diarios de rodaje de Fitzcarraldo. El largo tiempo transcurrido ha convertido a su escritor en un gran cineasta y a su película en la selva peruana en una obra cinematográfica relevante. Pero el tiempo también ha hecho de ese rodaje una leyenda, dando un valor añadido a esa bitácora que de publicarse inmediatamente después de ser escrita habría mitigado quizás la mitología que posibilitó que saliera a la luz. Veinticuatro años después de aquel rodaje se publica Conquista de lo inútil en Alemania y seis años después de la presentación al mundo de aquellos diarios, la editorial española Blackie Books lo rescata en una cuidada edición.
Un diario en el sentido más amplio
Entre algunos asiduos lectores de dietarios es recurrente preguntarse sobre la finalidad de esas páginas: ¿pretendía el escritor ya al momento de escribir publicar sus apuntes? Conjeturar sobre las intenciones de un relato personal es una ocupación meridiana de cualquier lector que tiene en sus manos un libro que no estaba pensado para él y que tiene que ver con las ganas de encontrar la voz clara de quien escribe. Pero no estoy tan seguro de la convención de que es más genuino un diario escrito para uno mismo que otro hecho con la intención de publicarse, no creo que se trate sólo de una cuestión de escrúpulos, más bien del ser y el parecer, tan distanciados a veces con tantos compromisos como condicionantes, el caso Malinowski (1) es un ejemplo. Herzog ya en el prólogo de su libro lo expresa de la siguiente manera: “estos textos (…) son un diario sólo en el sentido más amplio. Se trata de otra cosa: más bien paisajes interiores, nacidos del delirio de la selva. Pero tampoco de eso estoy seguro”. Y realmente como podría estar seguro un escritor del valor artístico de su propio pasaje interior. Creo que el mérito de un diario no depende tanto del propósito que hay detrás, más bien en la virtud, en la ejecución del lenguaje dentro de un género particularmente difícil por lo ajustado y descubierto. La nitidez del trazo de un autorretrato no obedece a si se está más o menos liberado de los mecanismos de enmascaramiento del yo, más bien está determinado en cómo se despliega en el fragor del día a día. El género diarístico conlleva la garantía (no imbatible) de la preciada inmediatez del gesto. Es el tiempo lo que finalmente lo estructura, el que obliga a hilvanar día a día un cúmulo de anotaciones que se acoplan sin ninguna certeza de que eso tenga la consistencia mínima para poder compartirlo.
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