25 mayo 2009

BARCELONA (AFTER)POP.

Por Jorge Carrión

ICONO POP, NEOGÓTICO Y GLOCAL

¿De qué es modelo Barcelona? A juzgar por algunos objetos culturales de este cambio de siglo, de la transformación de la ciudad en icono pop. Como Madonna, ha sabido transformarse, desde los años 80, para no perder la conexión con su público glocal. Sus últimas operaciones de cirugía estética se resumieron bajo el eslogan “Barcelona, posa’t guapa”, que condujeron en nuestra época al de “La mejor tienda del mundo”. Barcelona impulsa la tendencia posmoderna de publicitar sus servicios y su oferta cultural del mismo modo para todos sus consumidores, sean estos turistas o ciudadanos; de hecho, su habitante ideal tal vez sea el provisional, el estudiante erasmus o de posgrado, el ejecutivo o el profesional que vive la barcelonidad como experiencia temporal, como los protagonistas de Vicky Cristina Barcelona. Porque el turismo y la provisionalidad implican una percepción sumamente parcelada de la realidad urbana, ajena a la crítica. Una percepción en que el icono (Barcelona) se divide en iconos secundarios (el Parc Güell, el F.C., el modernismo, la Catedral, la Torre Agbar, la Barceloneta, la vida nocturna, el Tibidabo, el mundo gay), para configurar un collage, un sampleo, una psicogeografía cuyos elementos personales son originales, pero cuyos escenarios y referencias son intercambiables. No es casual que la primera entrega de la colección “Soñando ciudades”, de Nórdica Libros, sea Barcelona para niños (2009), de Javier Zabala. El itinerario que propone, según el mapa desplegable incluido, se basa en once iconos, enmarcados por la Diagonal, la Gran Vía, el Paralelo, el Mar y la cuadrícula del Ensanche. Hasta un niño es capaz de entender una ciudad tan fácilmente legible y, por extensión, de tan fácil consumo.

En su imprescindible Postmetrópolis. Estudios críticos sobre las ciudades y las regiones (Traficantes de sueños, 2008), Edward W. Soja traslada la lógica del juego de ordenador SimCity a la ciudad actual y afirma que “los ciudadanos de la ciudad parquetematizada” eligen “si pueden pagarlo, un lugar simbólico que simula un tema en particular o un paquete de paisajes-imágenes”. Soja insiste una y otra vez en Los Ángeles, pero en el siglo XXI Barcelona es tal vez un caso de estudio más adecuado. En ella se puede experimentar el cosmopolitismo abarcable, la hibridación ideal entre europeísmo y dieta mediterránea. Es una ciudad de lectura aparentemente sencilla, que se puede recorrer entera a pie, en metro, en bicing. Tanto la película de Woody Allen como Todo sobre mi madre o The Cheetah Girls 2. Strut (in Barcelona) recurren a la amalgama para evidenciar esa legilibidad. Almodóvar encadena secuencias ilógicas del traslado desde Madrid del personaje encarnado por Cecilia Roth: tren, túnel, plano áereo, la Sagrada Familia, el extrarradio transexual. La saga musical de Disney construye, en clave de videoclip, una imagen falsificada pero eficaz de la ciudad, a partir de la amalgama de lugares típicos barceloneses y de tópicos de la hispanidad. Lo importante es que la imagen de Barcelona coincida con la expectativa o con el recuerdo, no con la mutación vertiginosa de lo real.

Las películas citadas representan una ciudad luminosa y turística. Pero también es Barcelona sinónimo, en el imaginario glocal, de oscuridad. La SimCity contra la SinCity. Su mejor representante es el videojuego The Wheelman, donde la violencia no tiene que ver sólo con persecuciones automovilísticas, sino también con las tensiones ciudadanas reales, como la mendicidad, la prostitución o las obras. Pero el realismo es generalmente ajeno a la atractiva oscuridad barcelonesa. No es casual que Batman deje Gotham City para venir a Barcelona, ni que lo haga para resolver crímenes. No hay más que mirar la página web de agencias de gestión cultural de la Ciudad Condal -con Itinera e Icono a la cabeza- para percatarse de que las rutas con más demanda son las de La Catedral del Mar y La ciudad del viento, es decir, las de una cierta ciudad gótica. No la ciudad realmente gótica, no la Barcelona medieval, sino el centro histórico reconstruido, tematizado, en el primer tercio del siglo XX, cuando las dos Exposiciones Universales y la consolidación del escaparate modernista impulsaron la creación tanto de un casco neogótico como de un Pueblo Español, dos museos al aire libre. La ruta por esa antigüedad simulada ha sido trazada por Esther Celma en su capítulo del desmitificador y recomendable volumen Rutas metropolitanas por la nueva Barcelona (MACBA, 2008), donde se dibujan nuevos itinerarios por la metrópolis verdadera, desde el mito del Barrio Chino hasta la realidad de la nueva Barcelona china.

El recorrido por La Rambla -a cargo de Marta Delclós- se titula “La Rambla low-cost” e incide en la devaluación simbólica del patrimonio que implica la afluencia masiva de visitantes. La mayor parte del arte actual que tiene a la capital catalana en su objetivo trabaja precisamente en su revalorización simbólica, a partir de estrategias críticas, más allá del pop. Desde el blog Los Ríos Perdidos hasta el Osservatorio Nomade/Barcelona, pasando por los relatos y los artículos de Quim Monzó, filmes como En construcción o El taxista ful, o el skyline que Joan Fontcuberta construye -a partir de los perfiles de las llaves de los hombres más poderosos de la ciudad- en la pieza dedicada a Barcelona de la serie “Securitas”, los frentes se multiplican. Para cuestionar los contenidos más o menos oscuros que se ocultan tras los iconos más o menos luminosos.

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