14 julio 2008

El objeto de la creación.

por: Anna Maria Guasch

En una entrevista de Hans Ulrich Obrist, el artista danés de origen islandés Olafur Eliasson (1967) se mostró partidario de trabajar en espacios públicos para desafiar el estandarizado «acto de mirar» que comporta la exhibición de las obras de arte en lugares institucionalizados y cerrados como los museos. Trabajar en función del lugar, incorporando el azar y una cierta improvisación, reflejaría la urgencia de disolver la especificidad de cada obra y combatir la «neutralizadora capacidad de las instituciones a la hora de crear públicos estandarizados». Según Eliasson, el circuito clásico del museo y sus roles expositivos favorecen un público pasivo; la única alternativa consiste en ofrecer una «situación estimulante» con un proceso inverso a los roles tradicionalmente asignados al sujeto y el objeto: el espectador se convierte en objeto y el contexto en sujeto: «Siempre -apunta el artista- intento llevar al espectador hacia el contenido de la exposición, hacerlo móvil y dinámico».

Cerca de su tiempo. Ha sido sin duda esta capacidad permanente de improvisación, de enfrentarse con lo desconocido, con un trabajo en los intersticios entre el espacio, la arquitectura, el urbanismo e, incluso, la poesía, lo que llevó a los responsables de la Fundación Miró a galardonar a Olafur Eliasson con el Premio Joan Miró, un reconocimiento bianual dotado de 70.000 euros. De ahí también la exposición retrospectiva La naturaleza de las cosas, que se suma al que es ya el «año Eliasson», tras sus destacadas exposiciones en San Francisco (MoFA), Nueva York (MoMA) y próximamente Texas (Dallas Museum of Art), en la que, a través de una selección de trabajos de los últimos quince años, se constata la doble dimensión experimental y social del artista: el arte para Eliasson no es excluyente, ni tampoco la creación implica alejarse del mundo y la sociedad, sino acercarse a su tiempo sin renunciar al espíritu de investigación y de innovación, como hizo Miró.

La exposición se inicia así con una obra «manifiesto» del artista en su empeño por buscar la descentralización del espacio moderno en función de una nueva valoración de la percepción del color, la calidad de la luz y la geometría. Se trata de Your Space Embracer (Tu contenedor de espacio, 2004), en la que una forma geométrica -un círculo- que se proyecta sobre un muro desaparece justo en el instante en que es mirada, dejando una huella o remanente en la retina por un breve espacio de tiempo: como si los proyectores se convirtieran en los espectadores y el espectador en el objeto.

Cambio de roles. Esta inversión de papeles y esa voluntad de que el objeto se vuelque hacia el sujeto en un movimiento constante (y no al contrario, como suele ser práctica habitual) preside buena parte de las obras de la exposición -The Afterimage Cinema (El cine de la imagen remanente, 2008), Round Rainbow (Arcoiris redondo, 2005) y, sobre todo, la obra con la que se cierra el recorrido expositivo, Who Is Afraid (Quién tiene miedo, 2008)- que ahondan en nuevas propuestas perceptivas en las que lo casual se alía con rigurosas leyes físicas y matemáticas en un trabajo a medio camino entre la arquitectura, la ingeniería y las artes visuales. Como sostiene el artista en la mencionada entrevista de Obrist, «el ámbito de la arquitectura cambia rápido y me inspira. Las practicas artísticas han redescubierto su habilidad de redefinir constantemente su propio programa. Ésta es la razón por la que el hecho de integrar arquitectos e ingenieros es crucial para abrir nuevas vías de trabajo».

Ello también puede aplicarse a otro grupo de trabajos basados en proyecciones luminosas sobre la pared, como las versiones de Corner Extension (Extensión de un rincón, 1999 ) o Yellow Double Hung Window (Ventanas amarillas dobles y colgantes, 1999), verdaderos «murales de luz» que desafían a la vez las convenciones del cuadro de caballete y los modos tradicionales de percepción. Aquí el artista se vale además de un formato panorámico (muy propio de la pintura de gran formato) para reafirmar y recuperar, tal como sostiene Jonathan Crary, los rasgos corporales de la visión humana. Más que construir un campo externo de objetos visuales para ser consumidos por un espectador individual, estos formatos panorámicos romperían algunas asunciones básicas acerca de la identidad de lo que comúnmente se entiende por objeto y sujeto, revelando la precariedad de nuestras nociones acerca de lo que pertenece al mundo y nos pertenece a nosotros como perceptores en un terreno que se acerca a la psicología del sistema óptico, pero que desplaza la atención del ojo al resto del cuerpo.

Atmósfera urbana. Partiendo del lema también asumido por Miró de que no siempre lo que se da por sentado es real, Eliasson, en obras como las series fotográficas The Elevated Compass Rock (Roca de brújula elevada, 2007), se sirve de las visiones de la naturaleza de su Islandia natal concebidas como una experiencia de plein air para su ulterior transformación experimental en la atmósfera urbana y «cultural» de Berlín, donde el artista vive y trabaja: de la naturaleza a la cultura y viceversa.

Pero donde creemos que Eliasson desafía los actos de «ver» y de «mirar» es en sus investigaciones cromáticas tanto bidimensionales -The Colour Spectrum Series (Serie de espectro de colores, 2005)- como ambientales, entre ellas, Colour Square Sphere (Esfera cuadrada de color, 2007). Gracias al color, podemos tener acceso a desconocidos aspectos de nuestra percepción, «flashes» en continuo cambio que conforman la visión como un campo abierto más allá de la experiencia única de ver un cuadro. Y siempre con el beneplácito -y ahí está el gran mérito del artista- de que lo que cuenta no es la investigación científica, sino lo cultural y lo emocional. Porque, como defiende casi como un acto de fe, el arte encierra un enorme potencial de querer ser parte de la vida y del mundo.

viene de ::Salonkritik::

1 comentario:

Lorenzo Sandoval dijo...

buen texto mai frien!