24 agosto 2007

Rober Gober en Basilea.

Ángela Molina 04/08/2007

Basilea acoge la retrospectiva más ambiciosa que se ha hecho del estadounidense Robert Gober. Cuarenta esculturas, cinco grandes instalaciones y tres series de dibujos que, mediante una puesta en escena minimalista, remiten a la familia como lugar de represión.

A sus 53 años, el estadounidense Robert Gober (Connecticut, 1954) es uno de los artistas más eminentemente visibles y a la vez escurridizos del panorama actual. La singularidad de sus esculturas e instalaciones, desplegadas en una mise-en-scène minimalista, hay que buscarla en una cartografía psíquica vinculada a la familia como lugar de represión, de angustias, de peligro, una abrupta caída en los acantilados de la infancia, en los bosques fragosos, inexplorados, de la sexualidad. En Basilea, a lo largo de las espaciosas salas del Schaulager, el espectador contempla la quietud siniestra de unas obras que laceran con su silencio; representan la ausencia (del yo, del artista), la idea del fracaso y la ferocidad de su reflujo. Su obra tiene este efecto. Son objetos provocadores, el inventario de un autor tan delicado como sutilmente evasivo. Muebles, camas, casas de muñecas, nidos, paredes empapeladas y pilas de periódicos sugieren el duelo, la vida denegada, el remanente en vida de una persona que ya se ha ido para siempre.

A sus 53 años, el estadounidense Robert Gober (Connecticut, 1954) es uno de los artistas más eminentemente visibles y a la vez escurridizos del panorama actual. La singularidad de sus esculturas e instalaciones, desplegadas en una mise-en-scène minimalista, hay que buscarla en una cartografía psíquica vinculada a la familia como lugar de represión, de angustias, de peligro, una abrupta caída en los acantilados de la infancia, en los bosques fragosos, inexplorados, de la sexualidad. En Basilea, a lo largo de las espaciosas salas del Schaulager, el espectador contempla la quietud siniestra de unas obras que laceran con su silencio; representan la ausencia (del yo, del artista), la idea del fracaso y la ferocidad de su reflujo. Su obra tiene este efecto. Son objetos provocadores, el inventario de un autor tan delicado como sutilmente evasivo. Muebles, camas, casas de muñecas, nidos, paredes empapeladas y pilas de periódicos sugieren el duelo, la vida denegada, el remanente en vida de una persona que ya se ha ido para siempre.

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