12 marzo 2009

La duda mediática_ Ferran Sáex.

Por Ferran Sáez Mateu



Un vídeo de mi propia cosecha, que viene muy bien para ilustrar este pequeño analisis sobre la alienación mediática y las dudas que genera.

La pregunta sobre la realidad –no esta o aquella, sino su sustrato último- constituye quizás el acta fundacional de la filosofía occidental.Desde hace veinticinco siglos la cuestión ontológica puede religar cosas tan diferentes como las especulaciones de los presocráticos y las aportaciones teóricas más insólitas de la física cuántica. Pero la realidad ya no es lo que era. Ciertamente, la anterior afirmación se pronuncia a veces en un tono jocoso y provocativo, pero en cualquier caso no se trata de ninguna broma, sino de un asunto filosófico de envergadura. Boris Groys (Berlín Oriental, 1947) lo lleva hasta sus últimos extremos apelando a lo que denomina “el problema mediático-ontológico”. La realidad ya no es lo que era porque su flujo es, o parece ser, cada vez más dependiente de los diferentes planos de signos superpuestos que segregan ininterrumpidamente los medios de comunicación de masas.

La duda mediática -entendida como algo paradójicamente indudable- conduce, sin embargo, a una ilusión pueril: la del acceso directo a realidades que, por definición sólo llegan a nosotros a través de mediaciones complejas. Es la metáfora de Spielberg en la película Poltergeist.: el puente hacia el más allá sólo funciona en la superficie nevada de un televisor que no emite ya programa alguno. La verdad llega con la ausencia de signos mediáticos: es el noumeno kantiano transpuesto al universo catódico. En Política de la inmortalidad, que consta de cuatro conversaciones con Thomas Knoefel, Groys aclara esa transposición desarrollada en Bajo sospecha. Concedemos credibilidad a las dudas relacionadas con lo medios… sólo cuando reflejan nuestra propia mirada suspicaz. Esa mezcla de credulidad y escepticismo absolutos, siempre sin matizar, muestra el suelo liso y a la vez abigarrado de la cultura de masas. Y es justamente en este punto donde Groys se adentra en una serie de comparaciones más bien desconcertantes entre Adolf Hitler y Bill Gates, por ejemplo, a los que considera simples iconos populares. El primero representa el mal, mientras que el segundo es ahora un bienhechor de la humanidad, etcétera. ¿Sólo eso?

Boris Groys ya llevó al límite ese frío tono analítico en Obra de arte total Stalin (Pre-Textos, 2008), un ensayo escrito en ruso en el que

La credulidad y el escepticismo mezclados muestran el suelo liso y a la vez abigarrado de la cultura de masas.

analiza los avatares de la neovanguardia soviética de los años 60 y 70. Ciertamente, Hitler se ha convertido en un signo y Stalin en otro (aunque menos frecuentado por la cultura de masas), pero muchas de sus víctimas todavía viven, y es difícil que se vean a sí mismas como una mera anécdota semiótica en la historia del siglo XX.


Entre un texto escrito y su lector potencial también existía, por supuesto, un juego equívoco de distancias y proximidades interpretativas, pero en ningún caso una sensación de confusión sistemática entre la realidad de lo leído y la realidad en sí misma. Con la televisión o Internet las cosas cambian: lo que se nos muestra es percibido automáticamente como algo sospechoso, como una superficie manipulada y recubierta por infinitas estelas de signos, de capas de imágenes descontextualizadas, de migajas recompuestas de fotografías ignotas o textos de autor incierto. La duda mediática deviene así un mero supuesto, casi una costumbre: una especie de escepticismo banal en forma de resorte. Y aquí es donde Boris Groys añade una apostilla sutil: “De este modo, la sospecha no sólo arruina los viejos fundamentos, sino que los reemplaza por otros nuevos. La sospecha transfiere permanentemente viejos signos a nuevos medios”.

Originalmente en CULTURA|S

No hay comentarios: